lunes, abril 23, 2007

Sangre de Campeón: 6.-Un campeón alimenta a sus soldados

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Entramos al garaje y vi un escenario extraño: Al centro, nada; alrededor, varios muchachos sentados sobre las mesas. Algunos me saludaron con malicia.

- ¿Qué está pasando? –pregunté.

- Los invitados se preparan para el show.

- ¿Cuál show?

- Ya lo verás.

De repente, apareció un enorme perro enloquecido que comenzó a dar vueltas en el espacio libre buscando a quien atacar. Como todos estaban subidos sobre las mesas, sólo me encontró a mí. Quise alejarlo moviendo las manos. Todos se rieron. La fiera, ladrando, se lanzó para tratar de morderme un pie. Di una leve patada. Mis movimientos debieron parecer graciosos, porque todos los espectadores volvieron a reír. El perro gruñía y mostraba sus colmillos; abundante baba le llenaba el hocico. Me arrinconó. Tenía los ojos fijos. Parecía un animal rabioso. Me atacó con furia de nuevo. Esta vez mordió mi zapato y se negó a soltarlo. Quise sacudírmelo, pero el terror me paralizo. Sentí que un chorro de agua caliente me bajaba por los pantalones.

- ¡ El marica de Felipe se está orinando! –gritó alguien.

La voz de una chica trató de tranquilizarme.

- Cálmate. ¡Es un juego! El perro está educado. Sólo muerde los zapatos.

Pero yo me hallaba horrorizado. Mi mente no alcanzaba a comprender lo que ocurría. Al lado de mí, había una silla de metal. La tomé con ambas manos y la dejé caer sobre el animal.

El perro chilló y me soltó. Hubo exclamaciones de enojo. Lobelo protestó:

- ¿Qué haces?. ¡Vas a lastimar a mi mascota!

Volví a golpear al perro con la silla y entonces la fiera se olvidó del juego que le habían enseñado y se abalanzó a mi cara. Interpuse el brazo y me encogí. Comenzó a morderme todo el cuerpo. Sentí sus colmillos penetrar en mi costado, mis piernas, mi espalda, mi oreja...

¡Sepárenlo! ¡Lo va a matar!

Al fin lo apartaron.

Me quedé tirado en el rincón.

Tenía la ropa desgarrada y varias heridas profundas. Estaba temblando de miedo y llorando de dolor. Dos muchachitas me llevaron a un sillón de la casa.

- ¡Pobrecito! –murmuró una de ellas-, ¿te sientes bien?

Antes de que llegaras, estuvieron jugando con el perro. Hubo varios voluntarios. Fue divertido, pero contigo las cosas se salieron de control... Pobrecito... Voy por medicina.

Me senté en el sillón y sentí que me desmayaba. A los pocos minutos volvió.

- Necesitas desvestirte. Para lavarte y ponerte desinfectante.

- ¡Yo me voy! –dijo la otra chica-. Te quedas con él.

- ¡Nada de eso! Felipe, desvístete solo y entra al baño a curarte tú mismo. Aquí están las medicinas.

Caminé abriendo las piernas, lleno de vergüenza. Entre al sanitario. Me quité el pantalón, lo lavé, lo exprimí y lo froté con una toalla. Las heridas me lastimaban el cuerpo, pero el pantalón orinado me lastimaba el amor propio.

Y ahora, ¿cómo iba a salir del sanitario?

Baje la tapa del excusado y me senté para contemplar mi piel hecha trizas. Después, toqué mi oreja y observé el líquido rojo que me manchaba la mano. Sentí ganas de vomitar.

¿Qué me pasaba? Eso no era normal. Volví a fijar la vista en la sangre. Descubrí cientos de bolitas moviéndose de forma temblorosa, como si mi visión pudiera penetrar en los intrincados secretos de ese líquido rojo.

Recordé las clases de Ciencias Naturales. Me habían explicado que la sangre transporta oxígeno y nutrientes para llevarlos a cada célula, también me habían hablado de los defensores que habitan en ella y cuidan al cuerpo.

Me dejé ir por un rato como adormecido. Entonces comencé a tener una especie de pesadilla más definida: Las ruedas en la sangre formaron la figura de algunos soldados flacos, adormilados y enfermos. Parecían los tristes esclavos de una guerra perdida. Era lógico pensar que a los pobres no les habían dado de comer en varios días. También distinguí la imagen de varias bestias infernales, musculosas, fuertes y de aspecto feroz. Sin duda, se habían alimentado muy bien últimamente. De pronto, ambos grupos comenzaron a pelear. Fue una lucha brutal y desigual. Los monstruos despedazaron a los débiles soldados.

Salté lleno de miedo.

¿Qué me pasa? ¿Por qué veo esas terribles cosas? En la sangre de mi hermano distinguí los mismos monstruos y soldados.

Entonces no pude comprender el significado de mis alucinaciones, pero hoy sé que todos poseemos seres internos que nos dominan. Cuando un niño tiene conducta o pensamientos negativos, alimenta a los poderes del mal. Cuando, por el contrario, piensa o hace cosas buenas, vigoriza a sus defensores. En mi caso, los monstruos eran más fuertes y habían dominado a los soldados. Podía sentirlo, porque me invadía el coraje, la tristeza, el rencor, el odio, y el temor.

Hice un esfuerzo, terminé de lavarme y coloqué antiséptico en mis heridas. Después, me puse el pantalón húmedo para salir del baño dispuesto a correr hasta la calle.

En el garaje habían puesto música y algunos muchachos bailaban. Lobelo se me interpuso.

- Perdóname brother. Nunca creí que el perro te atacara de a de veras. Olvidemos los malos ratos y terminemos el día en paz. Ven.

Me abrazó por la espalda y me condujo hasta una mesa en la que varios muchachos contaban chistes. Me recibieron con amabilidad. Todos estaban un poco apenados por lo que me había pasado. Me ofrecieron una deliciosa bebida dulce. A los primeros tragos, sentí que mi cuerpo se revitalizaba. Sabía que debía alejarme de ahí, pero me faltaba carácter. Estaba muy mareado.

Algunos de mis compañeros de doce y trece años fumaban. En el centro del rectángulo dos muchachas interpretaban un baile sexy. Después, una chica me sacó a bailar y yo acepté. Me ofreció un cigarrillo e intenté fumar. No pude. Seguí tomando la bebida dulce que todos tomaban.

En pleno baile, perdí el equilibrio y caí al suelo.

Oí que alguien dijo:

- Felipe está borracho.

No recuerdo que pasó después. Me llevaron a mi casa a medianoche. Hallaron la llave de la puerta en mi pantalón y me dejaron tirado en la sala. Tuve pesadillas: Soñé que tenía como mascota un perrito blanco que me acompañaba a todas partes; pero estaba flaco y enfermo. Íbamos caminando por la calle, cuando apareció Lobelo frente a mí. Llevaba a su enorme perro negro. Mi esquelético cachorro trató de defenderme, pero la fiera negra lo descuartizó y se abalanzó hacia mí para atacarme.

Desperté bañado en sudor. Apreté un botón de mi reloj de pulsera y la lucecita azul me dejó ver la hora: La una y media de la mañana. Las heridas me dolían. Me puse de pie y vi la figura de un hombre.

El intruso se acercó a mí. Era mi padre.

- ¡Felipe! –dijo asombrado- ¿Qué haces despierto a esta hora? ¡Vestido, con zapatos! Ven acá. ¡Hueles a licor!.

Pensé que iba a regañarme, pero me equivoqué.

- ¡Dios mío! –exclamó-. ¿Qué te pasó en la oreja?

- Soy un tonto –respondí- Lobelo me invitó a una fiesta. Cuando llegué, soltó a un perro para que me mordiera. Todos los niños se rieron de mí. Me oriné. Tengo mucha vergüenza. Nada me sale bien.

- ¿Fuiste a una fiesta? ¿Con qué permiso? –salió de la habitación gritando- ¡Carmela!

Mi padre habló con la nana. Ella hizo muchas exclamaciones y aseguró que yo era un travieso y desobediente. Papá se enfadó aún más. Siguieron discutiendo. Me tapé los oídos. Después de un rato volvió.

Déjame ver tus heridas.

Me recosté.

- ¡Increíble! –comentó después con mortificación- ¡Mira nada más! Estás lleno de mordeduras. ¿Cómo se atrevieron a hacerte esto? Ese perro pudo matarte. En cuanto amanezca, iré a casa de Lobelo para reclamarle.

- No lo hagas –contesté- Soy un burro. Cabeza dura. ¡Merezco todo lo malo que me pasa! Yo ocasioné que mi hermano se cayera de la azotea. No valgo nada. No sobresalgo en los deportes. Tengo miedo de mis compañeros me golpeen. Casi nunca obtengo buenas calificaciones. Todos saben más que yo. ¡Quisiera morirme!

- ¿Qué dices? ¡Me asustas, Felipe! Nunca te había oído hablar así.

- Papá, no me conoces bien. No sabes lo tonto y lo malo que soy.

Mi padre se separó unos segundos para contemplarme.

- Siéntete en la cama, por favor.

Obedecí.

Pensé que tu cuerpo estaba lastimado – me dijo-. Pero tienes mucho más lastimado el corazón ...

1 comentario:

Unknown dijo...

Esta muy bonita 10/10 ♡ U3U

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